HUMOR INMOBILIARIO

¿Quieres conocer una de las casas más originales, peculiares y divertidas que existen sobre la faz de la Tierra? Te presentamos el loft cosmo-fashion del publicista Josep Cuevas.

El citado inmueble se encuentra en el corazón de La Diagonal de Barcelona, a dos zancadas del Paseo de Gracia. Su hogar es un festival de paleotradición y posmodernidad, una fusión de lo decimonónico y lo futurista, una combinación que culmina en una estética de lo más new romantic. En otras palabras, una casa que parece decorada por Jacques Derrida, Andy Warhol, Oscar Wilde, Pitita Ridruejo y Risto Mejide.

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Se trata de un torbellino de colores abigarrados, de estilos multiformes, que provoca sensaciones hipnóticas y alucinógenas, todo ello presidido por el ideal de la decadencia baudelaireana. En síntesis, un derroche de extravagancia y sofisticación con escasos precedentes mundiales.

La tournée por su loft barcelonés no defrauda desde los albores de la ruta. Para empezar, la puerta de su casa es una réplica muy lograda del número 10 de Downing Street, la residencia en la que habita el Primer Ministro británico. De hecho, Josep Cuevas, el excéntrico propietario, adquirió adrede la décima vivienda del edificio para que su ensoñación se hiciese realidad, y porque, en palabras de Pep, “el negro carbón de una puerta inglesa forma una deliciosa mezcolanza con el blanco piedra-luna de un borde palaciego, explosión de colores que, además, se ve reforzada por un ladrillo que aúna ambas tonalidades… Como dice aquella canción de Enrique Iglesias, es una experiencia religiosa”.

En el interior de la casa, apenas existen paredes convencionales. La mayoría de los cuartos están delimitados por capas finas de cristal, para que “no haya fronteras visuales”, y también, con  la pretensión de contemplar la Barcelona cosmopolita desde ventanas gigantes, en aras de evocar el mismo efecto óptico que los rascacielos neoyorkinos. En el loft de Josep Cuevas, uno vive instalado en Nueva York de forma permanente.

Los cuadros de la casa penden de las citadas paredes de cristal, y cada obra goza de su foco individual de iluminación. No cabe duda de que Josep Cuevas rebosa de sensibilidad artística. De facto, las piezas de arte son de un valor incalculable, tanto a nivel escultórico como pictórico. El loft de nuestro amigo Pep parece un museo del Renacimiento y del Modernismo, donde te puedes encontrar desde creaciones de Luca Giordano y Tintoretto hasta los secretos mejor guardados de Picasso, Warhol y Dalí. Su hogar evoca un estrafalario maridaje de tradición y modernidad. La excentricidad eleva un trono en cada uno de sus rincones.

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En relación con lo expuesto en el párrafo anterior, te revelamos una confidencia de Josep Cuevas: viste con jerséis de cuello vuelto como tributo al cuello alto de El Greco. Nuestro personaje exuda sensibilidad artística por los cuatro costados. Es un mecenas del siglo XXI.

Volviendo la mirada hacia su demencial casa, cabe destacar que tanto el suelo como el techo de la misma están compuestos de una glamourosa madera sueca, a modo de un Ikea sofisticado. De esta manera, Josep Cuevas fusiona la atmósfera empresarial de Wall Street (jalonada por lucientes rascacielos) con la órbita relajante del mundo nórdico. Con esto, Pep pretende comunicar una de las quintaesencias de su pensamiento filosófico, que versa sobre identificar la rutina de ir a trabajar con la costumbre de acudir a una sauna. “El éxito radica en confundir el suplicio de estar en una oficina con el placer de disfrutar de un baño turco”, confiesa este desternillante personaje.

Otra muestra de lo hilarante que puede llegar a ser Josep Cuevas es la decoración multitemática de su casa, diversidad decorativa que queda meridianamente reverberada en el conjunto de sus habitaciones. Te puedes encontrar desde una sala de cine vintage (con su proyector de La Belle Époque incorporado, además de con pósters firmados por la fatal Marilyn Monroe) hasta un cuarto con la pared forrada por una escena de Tintín en el Castillo de Kropow (junto al Rey Muskar XII de Syldavia, todo ello ideado por Hergé en su cómic El Cetro de Ottokar).

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Su morada cosmo-fashion, también, cuenta con un suntuoso hammam turco, lo cual, a juicio de Josep Cuevas, “es mucho más original y distinguido que la típica piscina climatizada y que el célebre jacuzzi… Ello me permite marcar la diferencia frente a mis flamantes competidores. En esta vida, estamos llamados a apostar fuerte”.

Como ofrenda al deporte, la casa de Josep no puede contar con un gimnasio convencional. Por un lado, tiene una sala dedicada al indoor cycling, es decir, reservada para practicar spinning, naturalmente frente a una pantalla gigante, en la que se proyectan jardines urbanos de Nueva York, como el Central Park, el Riverside y el Theodore Roosevelt, sin excluir de la lista al Hyde Park londinense. Por otra parte, hay una habitación habilitada para realizar un poco de squash, lo cual hace sentir a Josep Cuevas “como un auténtico yuppie de los años ochenta, como Gordon Gekko pendenciando contra Bud Fox en un sangriento duelo deportivo”.

Otra de las lunáticas habitaciones es un petit museum dedicado a cachivaches molones de sus antepasados, en vez de almacenar reliquias mortecinas y aburridas. Allí, nos podemos topar, por ejemplo, con uno de esos cascos de moto con fisonomía de casco de aviador, con sus correlativas orejeras de cuero y lentes para búhos. Además, con uno de esos coches deportivos alargados de película de El Gran Gatsby, con vinilos retro,  lámparas de estilo puramente art déco,  vinos desaforadamente caros, fotografías de su padre estrechando la mano de Adolfo Suárez y del Papa San Juan Pablo II, y otras fotos de su abuelo junto a Yves Saint Laurent, John Fitzgerald Kennedy, Fidel Castro y Sir Winston Churchill.

También, hallaremos un zapato diseñado en exclusiva para María Antonieta, un mechón de la melena de Rasputín, correspondencia epistolar entre uno de sus ascendientes con Francisco de Goya y Manuel Godoy, además de unas entradas al teatro que Oscar Wilde le regaló en persona a otro de sus ancestros para ver La importancia de llamarse Ernesto (The importance of being Earnest).

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La estrambótica casa de Josep Cuevas cuenta con dos cocinas, una muy similar a la de Bertín Osborne y otra antigua, añeja, empedrada, propia de un hogar entrañable de la Galicia profunda, “como un canto a una alimentación desprovista de pesticidas y aditivos industriales”. En su despensa, nunca falta una plétora de quesos importados directamente de Suiza y de la campiña francesa, ello con la intención de “teletransportar a sus invitados a un paraíso salvaje, a un hábitat puramente arbóreo y montañés”.

El comedor es una de las joyas de la corona. Su home staging es una rocambolesca combinación entre la carcunda fantasmagórica de la Familia Adams y la psicodelia multicolor de la casa de Alaska y Vaquerizo. Una mesa kilométrica de madera de roble, candelabros de magnitudes ampliamente desproporcionadas (con velas que parecen cirios) y una versallesca lámpara de araña (cuya sombra engulle a todos los comensales), ambiente tenue y gris que convive con un contraste violentísimo, véase con un festival caótico de colores abigarrados y figuras geométricas multiformes. En otras palabras, una sala para almorzar que te hace sentir como si estuvieses en el palaciego ayuntamiento de Toulouse y en una discoteca saturday night fever al mismo tiempo. Parece que este habitáculo ha sido decorado por Pitita Ridruejo y Risto Mejide.

Por el contrario, el cuarto de dormir de Josep Cuevas es de lo más austero y frugal, a excepción de la cama, que es de agua, de esas que sólo vemos en las películas. Las paredes están hechas nada más que de cemento, un estilo que recuerda al brutalismo soviético, que parece una creación artística de Vladimir Tatlin y Aleksandr Ródchenko. Una habitación virgen de adornos, huérfana de galanterías. Un canto a la conformidad con lo esencial, una oda a la filosofía minimalista. Los únicos elementos decorativos son un póster apergaminado de Paulo Coelho y una tira blanca con unas letras chinas. Bueno, y un pijama elegantísimo tendido aposta sobre el suelo.

En lo que concierne a los cuartos de baño, cabe considerar, en primer lugar, que los aseos se encuentran aparte, dado que Josep Cuevas considera que “es de pésimo gusto utilizar el retrete en el mismo espacio que uno se pone guapete”.

Otra particularidad de los cuartos de baño de Pep es que son duchas gigantescas, con el grifo, el lavabo y el espejo incorporados, formando un todo con los orificios de donde salen los chorros. El agua se encuentra en todas partes, en honor al filósofo presocrático Tales de Mileto. Los lavabos están hechos de malaquita, los grifos son de cascada dorada, los espejos tienen forma de ventana árabe, las paredes y el suelo se caracterizan por ser de mármol blanco con machas grises, al igual que los techos, los cuales están inspirados en las bóvedas romanas.

Por último, es preciso hacer una descripción honorífica del salón de Josep Cuevas. Está presidido por una elegantísima silla-hamaca, que emula la estética de la antigua Roma, como la del Julio César de los dibujos de Astérix, en donde el imperator yace repanchingado en algunas escenas.

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El resto de los objetos para sentarse son pufs de tela marroquí, pedazos de tronco de árbol habilitados al efecto y columpios que cuelgan del techo. La mesa es redonda y giratoria, para que los convidados no tengan que hacer esfuerzo a la hora de abalanzarse sobre un delicioso queso. Y nos hemos dejado en el tintero lo mejor de todo: un acuario de proporciones elefantiásicas, con una amplia floresta de animales marinos, muy similar al que supuestamente tiene Bill gates en su propiedad.

Así, es el divertidísimo y extravagante loft barcelonés de Josep Cuevas, un personaje literario que ha fabricado nuestro ingenioso Redactor Jefe.

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