Anécdotas inmobiliarias para no dormir
El proverbial dicho de que «la realidad supera a la ficción» no es, ni por asomo, exagerado. Esta historia que os vamos a contar está basada en hechos reales; aunque, por cuestiones de respeto y confidencialidad, no revelaremos la verdadera identidad de los protagonistas de tan anómalo, inédito e inopinado suceso.
En una calurosa noche de verano, con el cielo iluminado por el alegre fulgor de las estrellas, Anastasia enfilaba el camino de su casa habitual de vacaciones, aunque una quincena antes de lo esperado. Nada más atravesar la maleza de su arbóreo chalet, se topó con un hombre chapoteando en su piscina.
¿Cómo reaccionó aquel usurpador de su piscina?
El intruso, al ver cómo los faros de un coche golpeaban su semblante con convulsiva intermitencia, comenzó a correr despavorido y a la desbandada por el interior del jardín.
Anastasia, la dueña, más que quedarse petrificada a causa del pánico, canalizó su miedo en una acción valiente: se dispuso a perseguir al intruso en coche, sin importarle arrasar con su propio césped y llevarse un par de hamacas por delante. Se olvidó por completo de su éxtasis de temor, apoderada por las ansias de embestir al bandido.
¿A quién se encontró la dueña suplicando compasión desde lo alto de un árbol?
Cuando Anastasia estuvo a punto de capturar a su presa, frenó en seco, tan perpleja como desconcertada. El hombre que yacía suplicando clemencia desde lo alto de un árbol era Rigoberto, el hermano guapo y soltero de una de sus mejores amigas.
Acto seguido, Anastasia prorrumpió a desgarrarse en un océano de estrepitosas carcajadas, de risotadas que rayaban la más sádica hilaridad, consolada por el hecho de que, en casa de Rigoberto, se acababa de estropear la piscina, durante unos días de un calor exasperante. A la sazón, ya comprendió lo que ocurría.
¿Y cuál fue el desenlace de este desternillante episodio?
Rigoberto, atemorizado y avergonzado a partes iguales, se arrojó contra el suelo, suplicando, de bruces, el perdón de Anastasia, con una postura de lo más reverencial, rendida y genuflexa.
Anastasia, quien pasó del pánico al ímpetu, optó por responder con una compasión macerada en comicidad. De esta guisa, invitó a Rigoberto a darse un chapuzón en su piscina durante varios días seguidos.
Así, se fue cocinando un trabazón amoroso tan correspondido como ininterrumpido, que desembocó inexorablemente en boda. Y Anastasia y Rigoberto cantaros juntos Amante bandido, de Miguel Bosé.
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