Anécdotas inmobiliarias para no dormir
Esta historia se la contaron a nuestro Redactor Jefe hace tiempo, por lo que está basada en hechos reales. Si el comienzo del suceso ya es disparatado de por sí, no te puedes perder el desenlace de este trance.
Una señora merodeaba apaciblemente por el interior de su casa, y de forma sorpresiva, inopinada, se encontró a un intruso pululando, también, por el seno de la misma.
¿Cuál fue la reacción de la desdichada propietaria? ¿Le embargó una sensación de pánico insuperable? ¿Se agazapó en una esquina convulsionando de terror? ¿Palideció hasta el extremo de quedarse petrificada como una gárgola? ¿Se abalanzó sobre el felón con arrojo y valentía, con denuedo y con tesón, con ímpetu y ahínco? ¿Huyó despavorida profiriendo aullidos de socorro?
Ninguna de las anteriores preguntas goza de una respuesta afirmativa. A la propietaria, el único sentimiento que le asaltó fue el de repulsa hacia la fealdad del delincuente. Se precipitó a gritar, de forma incesantemente repetitiva, “¡Qué feo eres!”.
LO MEJOR DE TODO: ¿Cómo termina la historia?
¿Cuál fue, por el contrario, la reacción del usurpador ante semejante dislate? ¿Se desgarró en estrepitosas carcajadas? ¿Se quedó paralizado por un instante? ¿Echó a correr a la desbandada por miedo a los chillidos de la señora? ¿Se lo tomó como una osadía imperdonable y arremetió contra ella con aguerrida virulencia? ¿Se enfrascó en un debate surrealista sobre su ausencia de belleza?
Ninguno de los presentes interrogantes goza de una respuesta afirmativa. Al ladrón, le dio un infarto in situ. Tal y como os lo acabo de relatar.
Si podemos extraer una moraleja de tan lunática anécdota es que existen episodios más surrealistas que una novela de Kafka.
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